- CRITICA/ENTREVISTAS -

El peronismo como un fenómeno poético

Estreno teatro-performance. De jueves a Sábado, a las 21 en el CEC. El actor, director y maestro Pompeyo Audivert habla de "Museo Ezeiza". Por Miguel Passarini.
30 jun, 2011

“El teatro se diferencia de otras artes por la presencia in situ de quienes completan la obra: los espectadores”. Con esta consigna parece haber sido concebida la performance teatral Museo Ezeiza, un trabajo que singulariza, más allá de lo que la Masacre de Ezeiza del 20 de junio de 1973 representa para todos los argentinos, un universo poético en el que se mitifican hechos y personajes. Si bien se trata de un proyecto porteño llevado adelante por el talentoso actor, maestro y director Pompeyo Audivert, Museo Ezeiza tendrá a partir de hoy una versión local en el marco del Proyecto de Investigación 2011 de la Escuela de Teatro y Títeres Nº 5029, del que participan alrededor de 60 artistas (la mayoría rosarinos) bajo la dirección general de Audivert, con la asistencia de Hugo Cardozo, quien además comparte la coordinación general con Lorena Salvaggio.
La performance, que se ofrecerá esta noche, mañana y el sábado, a las 21, con entrada gratuita en el CEC (Paseo de las Artes y el río), presenta una polifonía de voces y de historias que se van dando simultáneamente. El público recorre el espacio como si estuviera en un museo. Se detiene a ver y a escuchar cada organismo. Los cuerpos cobran vida e interactúan con los espectadores que no cumplen aquí con el rol tradicional que les compete en un teatro concebido a la italiana, donde los espacios de unos y otros están claramente delimitados.
“La cuestión política en la actividad artística no es el tema de Ezeiza, sino la forma de multiplicación poética. El tema político tiene unas condiciones de incandescencia míticas y de actualidad que permiten reverberar y multiplicar las relaciones poéticas mucho mejor que si fueran temas sin conexión política o histórica. Pero lo revolucionario, para nosotros, es la forma de producción poetizante más allá de los temas”, sostiene Pompeyo Audivert, un artista verdaderamente revolucionario dentro de los creadores de su generación, quien mantuvo una larga charla con El Ciudadano sobre Museo Ezeiza.
—¿Cómo surgió este proyecto que tiene un costado un poco azaroso y, al mismo tiempo, encierra eso que en el teatro no se puede explicar demasiado?
—Sí, este proyecto comienza por un costado impensado: un ejercicio teatral en el que, intentando dar con un estado dramático muy personal, apelamos a la suposición de que el actor venía de Ezeiza; en esa suposición, la asociación dramática se presentaba a la cita y entonces lográbamos ese objetivo tan difícil en el teatro que se produce ahora y que tiene que ver con la idea de la verdad. A partir de allí, se armó una escena que tenía algo de interrogatorio por la que iban pasando los actores, y al mismo tiempo, como susurros, los compañeros que venían detrás iban murmurando textos o palabras de (los poetas) Paco Urondo o Enrique Molina. Con esos textos, el interrogado iba armando las respuestas a las preguntas de este interrogador, una especie de ser extraño y ominoso que le preguntaba respecto de aquella gesta que fue Ezeiza. De este modo, las respuestas comenzaron a tener un nivel poético de multiplicidad significativa muy interesante, y eso nos llevó a pensar en una instalación. Así, aparece de inmediato la idea de crear un museo sobre Ezeiza y escenificar en ese ámbito todos los campos políticos del peronismo que en ese momento estaban enfrentados.
—¿Cuáles eran esos campos?
—Aparece un poco todo, y para poder concretar esa idea decidimos que los actores se transformaran en los objetos de este museo; de hecho, la identidad está perdida y los objetos que llevan los actores fueron de personas que ya no están. Es a partir de esta circunstancia que se arma toda una situación museológica donde se ponen en juego las tensiones del peronismo: el museo acciona como institución de poder y los “objetos”, como aquello que está siendo recodificado por el mismo museo, porque además el museo es siempre una máquina mitologizadora de la burguesía. Y entonces, estos objetos se empiezan a revelar, de algún modo, tomando la identidad combativa de sus verdaderos dueños y dicen tener otra versión del acontecimiento que aquella que el museo establece como forma de perpetuar su propio mito ideológico. De este modo, empiezan a tener “subversiones” y los objetos empiezan a bajarle al público una información distinta a la conocida, influida por el estallido poético que excede lo político.
—De todos modos, y más allá del campo poético, es imposible perder de vista que Ezeiza es el enfrentamiento más paradigmático entre el peronismo de izquierda y el de derecha del que se tenga memoria…
—Pasa que, para mí, lo revolucionario es la forma de producción poetizante y el tema Ezeiza es una máscara para poder desatar esa forma de producción, porque la máscara tiene que tener un grado de incandescencia y de actividad por sí misma. Y en ese sentido es verdad que Ezeiza es un signo político tremendo, que se parece mucho a una tragedia griega, porque en un mismo día y espacio, en esa especie de “Jardín de la Patria” que es Ezeiza, el hijo pródigo y el hijo abominable se sacan los ojos cuando todavía el padre, que está volviendo del exilio, no aterrizó; y en ese mismo aire de los acontecimientos Perón cambia su signo, y de ser el Perón de izquierda baja ya siendo el Perón de la derecha. Es decir: es un acontecimiento muy excitante, incandescente y muy lleno de reminiscencias y asociaciones.
—¿Compartís que la búsqueda, en el campo de lo estético, siempre va asociada a lo ideológico y eso se vincula con la historia?
—Es así, pero aquí buscamos un acontecimiento significativo y contradictorio, y para eso no hay nada más emblemático que Ezeiza para desatar esta maniobra colectiva, porque éste no es un hecho teatral tradicional sino que es una instalación. El escenario desde el que operamos nuestra “revuelta formal” no es el escenario de un teatro clásico. Y por esto mismo tengo la sensación de que los temas políticos, si no están estallados poéticamente dentro de un hecho artístico que los multiplique, son máscaras unilaterales; incluso se vuelve reaccionario tomar un tema político como si eso fuera lo revolucionario, porque lo artístico no es lo político. Lo que nos interesa no es hablar de Ezeiza en términos específicos o posicionarnos con eso, porque además ya estamos todos posicionados con relación a ese tema. Lo que sí nos interesa es que a partir de este tema podamos poner a andar nuestra máquina teatral bajo esas condiciones de enmascaramiento que son tan concitantes. El que vea este espectáculo, seguramente, va a sentir una conmoción política pero también una conmoción artística.
—De todos modos, éste no es cualquier momento político, porque nuevamente la izquierda y la derecha peronistas vuelven a estar claramente enfrentadas.
—Como también es muy curiosa la reaparición de una juventud sindical, más allá de que en aquel momento, esa juventud era parte de un sistema represivo. En este sentido, todo esto de lo que hablamos es un fenómeno muy teatral, porque pareciera que todo aquello que comenzó en Ezeiza en el 73 sigue activo hoy. Esto es lo que permite el teatro: poder tomar un tema del pasado que resuene fuertemente en el aquí y ahora.
—¿Qué sentís que aportó la aparición del peronismo en escena tanto en el campo de los estético como desde lo temático?
—Pasa que el peronismo es también un fenómeno poético, en el sentido de que en un solo punto confluyen muchas significaciones y sentidos; pero también estamos hablando de una unidad social y en ese sentido siempre va a ser temática. También, para el campo de lo artístico, el peronismo es un tema obligado, y se vuelve muy difícil salir de ahí o pretender hace otra cosa, cuando uno va a referirse, desde lo artístico, a una instancia histórica que nos atraviesa.

Tiempo Argentino
02.12.2010 | una puesta de teatro histórico y militante


Perón, su regreso y la muerte como si fuera una exposición de museo

El director Pompeyo Audivert acaba de estrenar un espectáculo que recrea la Masacre de Ezeiza en el caos de una instalación teatral. En la obra el público podrá recorrer distintos ámbitos e interactuar con los intérpretes.

Por:  Mercedes Méndez

Cuerpos desparramados en mesas, camillas y tarimas. Guitarras rotas, anteojos de sol, megáfonos, crucifijos, billeteras y restos de choripán en el piso. El público recorre libremente el espacio, decide qué mirar, por dónde caminar, con quién interactuar. Pareciera que la única forma de contar la Masacre de Ezeiza del 20 de junio de 1973, que simbolizó la sangrienta lucha interna del peronismo ante el regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina después del exilio, es a través del caos. Por eso, Pompeyo Audivert, director de Museo Ezeiza, eligió la forma de una instalación teatral para presentar esta obra en que actúan 54 personas que eligen no interpretar personajes sino ser "sujetos-objetos", como él mismo explica. 
Museo Ezeiza -que se estrenó anoche- es el último trabajo de Pompeyo Audivert, en que recrea los sucesos históricos como si fueran piezas de museo, parte de una institución que sacraliza hechos violentos. Pero como el teatro es mucho más que objetos muertos e inmóviles, la instalación permite que estas mismas piezas de museo cobren vida y que los actores se acerquen al público con propuestas de interacción, con la idea de revivir aquel momento clave de la historia argentina. Todo, al estilo de Artaud y su teatro de la crueldad. 
"El público entra en un par de salones gigantescos donde yacen los cuerpos de los actores. Sobre sus pechos a la altura del corazón, hay apoyados distintos objetos que quedaron en el piso de Ezeiza, después del desbande. Cada objeto está iluminado por una lucecita que cuelga del techo y que también alcanza al actor. Entre la base y el objeto, en ese lugar donde se juntan el pasado-Ezeiza y el presente-Museo, quisimos situarnos los actores, como un soporte de carne y hueso que haga mas presente y viva la presencia histórica", cuenta Pompeyo Audivert sobre su instalación teatral, que ya se hizo el año pasado con 36 actores y que ahora redobla la apuesta con 54 personas. 
Está  claro que estas obras necesitan de un espectador con ánimos para interactuar y formar parte de un espectáculo que se construye con el público, aunque siempre se puede observar sin intervenir. De hecho, antes de comenzar, las "bases" reparten un texto clandestino a la gente: le piden que no se dejen engañar por los objetos que están en este museo, porque significan, dice esta carta, "un intento del enemigo de desvirtuar nuestra épica". 
Según Audivert, "la impresión general es la de un museo-morgue teatral. El público recorre como quiere las bases, los actores atrapados entre la base y el objeto entran en contacto con él, hay personal del museo que intenta evitar estos contactos. Hay escenas de interrogatorios a los objetos por parte del museo en la sospecha de que han sido infiltrados por un grupo subversivo".  
Además de la temática histórica, Museo Ezeiza propone una crítica a la institución del museo y su constante búsqueda de sacralizar objetos y situaciones. "Los objetos se revelan a ser usados como coartada de una interpretación histórica institucional museológica, siempre vinculada al poder. Los cuerpos que se infiltran en ellos son lo subversivo, lo inasible, la sangre viva del hecho, lo indomesticable. La instalación finalmente es eso: una superficie de inscripción de la ruptura poetizante que sobre el suceso histórico tienen los actores en su situación teatral, en contacto con el público a través de un enmascaramiento en el objeto", explica Audivert.  
El proyecto de esta instalación teatral surgió en una de las clases de teatro de Pompeyo. En el intento para logar que uno de los alumnos entre en un estado dramático intenso, el director le pide que diga que viene desde Ezeiza. "Santo remedio: aparece el otro actor, el verdadero, el que viene de la vibración histórica. Ahí comprendimos también que Ezeiza esta viva. La instalación esconde nuestra propia investigación teatral y actoral", cuenta.  
Tanto trabajo de preparación terminó con una instalación enorme, de luces, linternas, gritos y mucha intensidad. El espectador está avisado tan solo con leer el programa de mano, que dice: "Desde la técnica del fetiche, la mecánica metafísica del vudú y el método del interrogatorio el Museo intentará entrar en contacto con Ezeiza a través de sus restos, se convoca a los actores de nuestra tragedia griega nacional a presentarse, público inclusive. Fragmentos de Ezeiza serán usados como antenas, no se garantiza nada. ¡Viva Perón!" 


CULTURA / ESPECTACULOS › AUDIVERT DIRIGE LA OBRA MUSEO EZEIZA ROSARIO

Pompeyo y su instalación teatral


 Por Julio Cejas
Hoy se estrena Museo Ezeiza Rosario, una propuesta de experimentación teatral gestada en el marco del Proyecto de Investigación 2011 de la Escuela de Teatro y Títeres Nº 5029, dirigida por el actor porteño Pompeyo Audivert y con más de cincuenta actores en escena. La obra se presentará a las 21 en el CEC (Cabral y el río), donde brindará dos nuevas funciones mañana y el sábado, a la misma hora. Según los responsables de este trabajo, "Ezeiza es la gran escena, singularísima, llena de contradicciones, que revela también todo lo que bulle dentro del campo popular, como contradicción, riqueza, casi como acontecimiento poético muy contradictorio del campo popular, está lleno de versiones, y de sub﷓versiones".
Por eso en el montaje -﷓dicen sus creadores, medio bromeando y medio en serio--, los cuerpos de los actores se infiltran en los objetos para darle al público, clandestinamente, una versión distinta a la que el museo, como institución del poder, intenta establecer con esos restos que muestra y con los que quiere consolidar la versión oficial del acontecimiento. El equipo actoral, integrado en su mayoría por rosarinos, contó con el aporte de actores invitados provenientes del Estudio El Cuervo, taller que coordina en Buenos Aires el maestro Audivert, y la asistencia de dirección estuvo a cargo de Celso Hugo Cardozo, que además de actuar realizó también la coordinación general junto a Lorena Salvaggio; responsable además del vestuario de la obra.
El actor Federico Tomé tuvo a su cargo la gráfica y Cristina Carozza se encargó de la producción; mientras que Romina Bozzini y Evangelina Chávez tuvieron a su cargo la asistencia de producción y el sitio web de una movida que se presenta con todas las características de un mega﷓emprendimiento. Algo inédito para un proyecto que surge de la experimentación teatral dentro de los marcos institucionales de una escuela oficial. Esta performance incluye diferentes materias significantes y distintos lenguajes, y contó con el auspicio de Artes Escénicas de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad y el Gobierno de Santa Fe.



radar
DOMINGO, 16 DE JUNIO DE 2013
TEATRO> TRES OBRAS SOBRE EZEIZA, 1973

Operación masacre

A cuarenta años de la masacre de Ezeiza, producida el 20 de junio de 1973, tres obras teatrales proponen volver sobre el acontecimiento dramático de la historia argentina para iluminarlo desde diferentes luces y perspectivas. Una impactante instalación de Pompeyo Audivert en el Centro Cultural Haroldo Conti encuentra su contrapunto en otra propuesta del director, más ajustada al teatro de sala. En tanto, Jorge Gómez, el director de Biblioclastas, propone una lectura desacralizada del peronismo.

Instalación Museo Ezeiza 73

en el Conti
Una vez por mes, el Centro Cultural Haroldo Conti se viste de Ezeiza. Lo que vemos en el salón principal –un inmenso galpón, inmensamente negro–- no es una manifestación de hombres de a pie, ni bandos enfrentados, ni un avión suspendido en el aire, ni mucho menos ametralladoras disparando sobre una multitud. Lo que vemos es un museo viviente: pequeños altares apenas iluminados desperdigados por el espacio, donde los actores recitan el derrotero de un objeto que ha sido encontrado en esa tierra arrasada que quedó después de la masacre de Ezeiza, en 1973. Las que hablan son, entonces, las cosas: un documento de identidad, un caño de escape, un termo, una campera, un megáfono. Más de ochenta actores representan a más de ochenta objetos. Los restos olvidados, descartados o perdidos por los protagonistas de esa jornada estremecedora, prácticamente inverosímil vista desde hoy, pero fehacientemente ocurrida hace cuarenta años.
Y esa escena inefable, de penumbras, de cuerpos en estado lamentable –-sucios, de ropas viejas, rotas, ensangrentadas– ha sido concebida por Pompeyo Audivert. No es extraño que sea él quien haya tomado este hecho de la historia argentina, confuso y trágico, para traerlo hacia el terreno de lo teatral. No es la primera vez que toma un hecho o texto aparentemente lejano –como fue Lady Macbeth, con Cristina Banegas, por citar un ejemplo– pero que resuena fuerte en nuestra historia más cruenta. No es la primera vez que lo hace con escenas de esta clase, donde la poesía le gana por muchos cuerpos a la narración, como modo de llegar a momentos de verdad y patetismo.
El director cuenta que hace alrededor de seis años comenzó la investigación teatral acerca de Ezeiza en su estudio –El cuervo, que este año cumple veinte años de existencia– y concluyó con esta pieza-obra-instalación: “Nos fuimos dando cuenta de que venimos de allí, nuestra realidad histórica, nuestro presente empieza, por lo menos para mi generación, en Ezeiza. En Ezeiza se clausura una perspectiva histórica extraordinaria del campo popular y comienza una caída que recién se detiene con la llegada de Néstor Kirchner. Con la instalación Museo Ezeiza 73 queremos relevar la magnitud histórica poética y sintética de aquel acontecimiento único”.
Y la experiencia de transitar esta instalación emplazada no casual ni gratuitamente en el predio donde funcionó la ESMA, con todos los condicionamientos y las connotaciones que este espacio trae, es igual de única, de extraordinaria, que el hecho que recrea. El espectador recorre a pie el espacio y se va encontrando con esos objetos parlantes que cuentan su historia. No hay cuarta pared, no hay butacas donde refugiarse de la potencia de las imágenes.
En ese recorrido que para cada espectador será distinto y particular, se pueden escuchar textos como éste: “Soy el largavistas de Juan Ramírez, vengo de Tucumán. Me encontraron a 50 metros del palco, vine colgado de su cuello. Me encontraron sin rastros de mi dueño, sin esperanza de ver la esperanza. Quizás él mismo se convirtió en esquirlas, desde el barro se filtran sus ojos”. O: “Soy un leño recogido por María Lourdes Noia. Me encontraron la madrugada del 21. Entre los vagones despiertos, sobre los durmientes, que atraviesan la provincia de Buenos Aires desde Bolívar. María Lourdes me tomó en el bosquecito. Pasé de mano en mano entre canciones, entre bailes, como por una marea de festejos por la clausura de la ausencia. Soy abrigo en la noche desvelada, brasa de ardores contenidos, de gritos de victoria postergados. Una rama, una mujer, una guitarra de fuego conteniendo el invierno implacable”.
Cada actor escribió el texto que recita a partir del famoso método de construcción que Pompeyo Audivert practica desde hace años, “el automático”, mecanismo de asociación similar al utilizado por los surrealistas. Cada actor y cada sensibilidad se superponen en la escena, de allí la pluralidad de textos, de voces, de astillas de la Historia. Museo Ezeiza 73 pareciera proclamar la imposibilidad de construir un discurso total de esa jornada; como si frente a esta tragedia nacional sobre la que aún hay huecos, versiones y fundamentalmente tabúes, hubiera dos salidas posibles: la de la poesía y la de la irreverencia.
Y ésa es la vía tomada por esta multitud teatral: con desgarrados textos poéticos donde pueden rastrearse voces de Gelman y Urondo; y con un cierre paródico y anticlimático, muy acorde con las circunstancias: “¡Muchachos! Volvamos a casa con tranquilidad. A la salida está la urna donde pueden dejar su aporte para la causa. Fijensé, hay dos salidas posibles: una es por la derecha y la otra por la izquierda”.
Jueves 20 de junio, habrá funciones a las 17 y a las 20, en recuerdo de los cuarenta años de la masacre de Ezeiza. C. C. Haroldo Conti, Av. del Libertador 8151. 4702-7777. Entrada a la gorra.